lunes, 31 de enero de 2011

Ágora

España (2009)
Dirigida por Alejandro Amenábar
Rachel Weisz, Max Minghella, Ashraf Barhom, Oscar Isaac, Michael Lonsdale, Rupert Evans, Homayoun Ershadi, Richard Durden, Sami Samir, Manuel Cauchi, Oshri Cohen.
Castillos en el aire
Ágora asombra por su perfección visual. Sí señor. Debe ser aplaudida a rabiar. Seguramente hace años que el cine histórico no resultaba tan creíble a la vista, quizás desde aquellos años en que, para hacer una de romanos o de egipcios, se construían auténticas ciudades y palacios, y no se falseaba la imagen. Amenábar logra un milagro, porque el acercamiento a la cotidianidad de la antigua Alejandría es un verdadero viaje en el tiempo. Da igual si se acerca o no a la realidad, lo importante es que es verosímil. Y ese acercamiento a lo cotidiano, y no solo a los grandes palacios o templos, hace más atractiva la película. No solo se trata de puesta en escena y de dirección artística, sino también de personajes, de vestimentas, de gestos, de conversaciones, de miradas, de paseos. El viaje en el tiempo es completo en todos sus ingredientes. Amenábar es un mago en conceptos visuales, en criterio estético, en fabricación de ficciones, de espacios y de personajes, es capaz de fabricar sueños y hacernos creer sin fisuras que son verdaderos. Sería capaz de fabricar la imposible imagen de castillos en el aire.

Es una lástima que semejante talento no haya sido puesto aquí al servicio de un guión más atinado. No es que la película no esté bien escrita. Pero es un guión descompensado, con una buena narración de acontecimientos, pero con una esquelética aproximación a lo personal, que de tan sugerido se queda pobre. En especial la aproximación al personaje principal, a la espléndida filósofa encarnada por Rachel Weisz.

La pasión del personaje por los enigmas del mundo, vence a cualquier amor terrenal, y eso, resulta frustrante para el espectador, que se encuentra con una batalla ya perdida. Las películas funcionan a base de conflictos, de batallas. Batallas que interesen al espectador. Eso tan elemental, se le olvidó al señor Amenábar. Los amores de esta maravillosa mujer, sus contradicciones, su alma, es la trama por la cual el espectador siente avidez, es la que sustenta la expectativa. Avidez por una trama, desgraciadamente, inexistente. Demasiado sacrificio hace Amenábar para satisfacer su alarde de pasión por la ciencia, para retratar un conflicto histórico entre la ciencia benefactora y la religión fanatizante, algo planteado aquí con tan poca sutileza, que no puede interesar al espectador más que como decorado o como motor de la acción. Para el espectador eso no logra salir de lo anecdótico, por muy brillantemente que esté filmado, y crece en su inquietud cuando descubre que Amenábar apoya prácticamente toda la película en ello. Resulta frustrante.
La incorporación de una aventura más sencilla, menos ampulosa, más cercana, hubiera mejorado exponencialmente el engranaje de esta película. Yo le preguntaría a Amenábar: ¿Es que no te has enamorado de tu personaje como hemos hecho todos? Entonces, ¿por qué no la dejas amar, por qué no dejas que la amemos? Esa involuntaria frialdad que desprende la película, converge en un final distante que no conmueve.

Ágora hace algo increíble, dibuja castillos en el aire, los hace tan reales que parece que pueden tocarse con las dedos. Pero solo es una ilusión, lamentablemente no perdurarán en la memoria, porque detrás, no está aquello que debe sustentarlos: la emoción. Y jode, jode mucho, porque había muchas ganas, ante tanta belleza.

domingo, 30 de enero de 2011

Fóllame

Francia (2000)
Dirigida por Virginie Despenses y Coralie Trinh Thi
Karen Bach, Raffaëlla Anderson, Delphine MacCarty, Lisa Marshall, Estelle Isaac, Karen Lancaume.

¿Quien quiere follarse a una puta barata?
Fóllame no es un jódete, es un desafío mucho mayor. Ya estamos muy acostumbrados a ver "jódetes" por este mundo, y no terminan de escapar del código moral al uso. Un "fóllame" es otra cosa. Lo amparan una serie de recursos: una imagen cutre, una música radical, unos diálogos y un montaje rácanos, unas interpretaciones exentas de artificios, casi planas, una volencia gratuita, un sexo explícito... Todo ello hasta las últimas consecuencias, en un experimento paralelo al viaje terminal de las protagonistas.
Un "fóllame" jode mucho, y uno no siempre se deja. Yo me dejé (ese día estaba de humor) y la película me "entró". Pasada esa barrera, aparecen las virtudes del desafío. Su coherencia interna, su tono amargo, su locura, el odio que mascan sus personajes y que el espectador, jodido como está, masca también. En la cutrería más absoluta, respira una película honesta, que se vacía en la pantalla, que no esconde nada y que al final corre por las venas del espectador que se deja joder.
El mérito de esta película va de jódetes y fóllames, es una invitación, en concreto te invita a follarte a una puta barata y a dejarte abrazar por ella, algo no apto para narices finas, ni para hipotenusos, más indicada, en cambio, para catetos, temerarios y gentes de polvo fácil, un sector social que también tiene su corazoncito.

Nueve canciones (Nine songs)

Gran Bretaña (2004)
Dirigida por Michael Winterbottom
Kieran O'Brien, Margo Stilley

Como diría Johnathan Shields (¿alguien sabe quién es?): ¡un rábano!
Un director de cine dijo una vez que las escenas de sexo son complicadas porque detienen el avance de una película. Tenía razón. Es un mérito saber integrarlas y darles sentido en el ejercicio de síntesis que suele ser una película. Seguramente se puede decir lo mismo de las escenas de música. Esta película no consigue integrar ni una cosa ni la otra. Ý teniendo en cuenta que se estructura a partir de sexo y música, el batacazo es estrepitoso.
No hace falta que una película tenga argumento para que te guste. Ésta no lo tiene. No es ese su defecto. El problema es que no existe aquello que debe suplirlo. Se supone que es el retrato de una relación. Cuesta empatizar con los personajes cuando estos no consiguen siquiera empatizar entre ellos. No vemos debilidades en este hombre y en esta mujer. No vemos material para el drama y nada nos lleva tampoco a la risa. Es una cadena plana, sin alma. Sin una entidad dramática, los personajes son figuras que pululan, hacen y deshacen ante nuestros ojos para producir solo tedio.
Nunca hubiera dicho que me produciría tedio una película con sexo explícito y música de la buena. El endiosado de Michael Winterbottom lo consigue, y la culpa es toda suya, porque desde las interpretaciones, hasta la fotografía, y por supuesto la música, están a buen nivel. Me costará mucho volver a ponerme ante una película de este director, que con tan buen material entre manos, solo consigue hacer un rábano (como diría Johnathan Shields).

El vientre del arquitecto

Gran Bretaña (1987)
Dirigida por Peter Greenaway
Brian Dennehy, Chloe Webb, Lambert Wilson, Sergio Fantoni, Stefania Casini
La batalla perdida
El vientre del hombre (o mujer) es el termómetro de su estado emocional. En él se manifiestan sus contradicciones. Así lo quiere Greenaway, con esa premisa plantea esta película. Una metáfora certera y cinematográficamente útil. Las entrañas de este arquitecto, desquiciado por un lado por sus pasiones y por otro por las intrigas terrenales, se consumen en Roma, el campo de batalla donde sus conflictos tienen terreno abonado para tomar una dimensión letal.

Boullé toma condición de mito, y en un contexto corrupto, esa pasión se ve acechada y mancillada. Arte y mediocridad, belleza y fealdad, pureza y corrupción. La batalla se plantea en un vientre, y es fácil adivinar quien vencerá y quien resultará derrotado sin ninguna piedad.

¡Lo bello es tan efímero en manos de nosotros los terrícolas, que llenamos la vida de intrigas y bajezas! No queda nada al final de la esencia, o muy poco, porque son los terrícolas los que terminan haciendo bandera de palabras que ellos mismos han convertido en huecas. Ahí está el cinismo de nuestra civilización de masas. No hay victoria posible.

Esta es una película política. Una denuncia en toda regla. Muy poco esperanzadora, porque la realidad es también muy poco esperanzadora. Un cancer pudre las cosas bellas para aprovecharse de ellas, como pudre el vientre de un pobre arquitecto.

Ya lo sabíamos, pero a veces lo olvidamos, nos olvidamos de que somos grandes consumidores de mentiras.

Pero... queda algo en este demoledor panorama: los mitos, los Boullé, los arquitectos vencidos que pasarán a ser mitos. Las pasiones.

Nadie puede dominar las ideas, los sueños, las pasiones puras, porque siempre hay alguien que recoge del suelo su bandera, aunque sea para morir por ello. La batalla, pues, sigue, aunque sepamos que la perderemos una vez tras otra.

Taxi Driver

Estados Unidos (1976)
Dirigida por Martin Scorsese
Robert de Niro, Jodie Foster, Albert Brooks, Cybill, Shepherd, Harvey Keitel, Peter Boyle, Leonard Harris, Martin Scorsese.
Dentro de ti
"Taxi driver" no es solo una película, es una actitud, un estado de ánimo, apela a un rincón radical que hay en nuestro interior y que, estimulado, hace que uno sienta más que piense. Nuestro lado más oscuro, más primitivo aparece reflejado en la pantalla como por arte de magia. Me refiero a ese rincón donde nadie más tiene cabida, donde somos animales solitarios y locos a los que nadie entiende, ni falta que hace, donde sabemos que lo que hacemos quizás no es lo correcto, pero sabemos también que ha de ser así.

Las grandes películas son la convergencia de muchos factores, una rara casualidad de aciertos que, normalmente, se manifiestan de un modo imprevisto. "Taxi Driver" fue escrita en un motel por un guionista borracho que tocaba fondo, fue dirigida por un joven talento que estaba en el lugar y en el momento adecuados. Ésta es, realmente, la gran película de Martin Scorsese. Fue interpretada por un tipo cuyo aspecto, cuya aura, encarnan sin mayor esfuerzo a un hombre aplastado por una sociedad lustrosa, pero podrida, que le mira, para su propia estupefacción, como a algo podrido. Fue musicada por un viejo al borde de la muerte, en estado de gracia, con una de las partituras más radicales que se han escrito, y fue fotografiada con unos tonos "sucios" que ensucian a su vez al espectador para meterle en esa parte sucia y genuina de su propia alma.

Esta película tiene impregnada en sus carnes una justicia interior que funciona a partir de los sentidos, no de las razones, lo cual la convierte, en su esencia, en una obra poética, sucia pero poética. Cuando ves "Taxi Driver", cuando te sometes a esa jodida terapia, te das cuenta de que el mundo es más ancho de lo que crees, y que buena parte de él, está dentro de ti.