Se acusa a los bancos de avariciosos, de inmorales, de desalmados. Los bancos son entes, personas jurídicas, y los adjetivos con que se les relaciona actualmente, de los cuales he mentado tres, son solo atribuibles a personas físicas. Los hombres y mujeres que los gestionan no dejan de ser piezas de una maquinaria que funciona con una inercia encaminada solo a ganar dinero. Efectivamente, a esos hombres y mujeres, sí se les puede llamar codiciosos, avariciosos, desalmados, inmorales, y todo los adjetivos del ramo. Y se los merecen. Pero, para bien o para mal, la codicia no es un delito, ni la falta absoluta de moral.
Las leyes del mundo sirven para organizarnos, y el derecho penal en concreto, sirve para castigar a los hombres por actos que la comunidad decide que deben ser sancionados. Por desgracia, no existe un derecho penal que castigue los actos de las corporaciones de un modo equivalente. Las empresas no están sometidas a la ley con la misma severidad que los hombres, y lo que es peor, fuera del ámbito del derecho punible y represor, la ley las protege más que a los hombres. La crisis que estamos viviendo nos lo ha demostrado con una transparencia meridiana: en Europa los países del sur (España, Grecia, Italia, Portugal), están terriblemente endeudados. Sus deudas cada vez les cuestan más caras. Paralelamente, sus ingresos se desploman. Eso significa que estos países no tienen un saldo positivo, no les llega el dinero para pagar sus deudas (cada vez más caras), y atender los gastos internos. No pueden hacer las dos cosas a la vez. Así que tienen que escoger. Las consecuencias en un caso o en otro son muy distintas:
El hecho de no poder pagar las deudas, significa que los grandes bancos (alemanes casi todos), se quedan sin su dinero y sus beneficios. Se rompe el "ciclo natural" del capitalismo.
El hecho de no poder atender a sus gastos internos, significa que ese país tiene que recortar sueldos, recortar inversiones públicas, frenar la economía, poner menos dinero en circulación, dar menos trabajo, generar más paro, más pobreza, etc.
En España, por ejemplo, las previsiones apuntan a que a finales de 2012 habrá 6 millones de parados. ¿Qué hacer? ¿Bancos o ciudadanos? Ante esta disyuntiva, Europa, el continente del bienestar social, el territorio más avanzado del mundo en derechos sociales y en justicia social, toma una decisión: esos países en apuros, deben pagar, ante todo, sus deudas con los bancos. Esa es la línea impuesta. Esa es la decisión tomada. Hay que salvar el sistema, dice Europa, no se puede romper el ciclo, hay que mantener vigentes las corporaciones. Los individuos importan menos. Si hay que sacrificar algo, si hay que escoger entre seres humanos y la "justicia" capitalista, se escoge el sistema. Somo sacrificables. Yo soy sacrificable. Todos, absolutamente todos, somos sacrificables, incluso los codiciosos que lo defienden.
Europa ha tenido la opción de posicionarse, y ha escogido. Desde que esta crisis empezó, se ha legislado a diestro y siniestro con el objetivo de salvar el sistema. Se han hecho leyes extraordinarias en ese sentido. Todavía no se ha hecho una sola ley (al menos en España), destinada a salvar individuos. Los hombres podemos aguantarnos. Jodernos y aguantarnos. El sistema se tiene que salvar. Dicen sus defensores, que si no se salva el sistema, las consecuencias serían catastróficas para los ciudadanos. Lo que pasa es que la situación ya es catastrófica para muchos ciudadanos. En cualquier caso, no se trata de provocar una catástrofe, claro está, sino de buscar soluciones imaginativas que sin provocar el colapso, antepongan los individuos a las corporaciones. Ellos, los políticos, pueden hacerlo, han roto tantas normas como han querido para que las corporaciones pudieran ganar más dinero, manteniendo la apariencia de que todo funcionaba a la perfección. También pueden ahora mantener la misma apariencia mientras echan una mano a los ciudadanos.
No solo en tiempo de crisis aparece esa idea de un sistema capitalista que parece favorecer más a las corporaciones que a los individuos (ya sea porque protege más a aquellas que a estos, o porque las castiga menos cuando se portan mal). E aquí un ejemplo:
Antes de la crisis, hará seis o siete años, por mi trabajo, tuve ocasión de seguir un caso verdaderamente atroz. Una empresa, X, funciona prosperamente. Es una empresa familiar pero bastante grande, aunque no una gran multinacional. Tiene una buena posición en el mercado, y el producto que fabrica se vende bien en España y en varios países europeos y norteafricanos. Hay otra empresa, Z, que compite con X en esos territorios. Z es una enorme corporación multinacional. Desde su sede en Estados Unidos, sobre los mapas donde el mundo se agujerea con chinchetas, se decide que hay que ser más fuertes en los países donde compite con X. Urden una estrategia: Z hace una oferta muy generosa a la familia propietaria de X, y adquiere la empresa familiar. Asegura que mantendrá la empresa X tal como ahora, respetará la marca, los puestos de trabajo, los privilegios de los trabajadores, etc. Las corporaciones de este tipo, sin embargo, tienen mucha paciencia y trazan sus estrategias a años vista. Tres años más tarde, a pesar de que X sigue siendo muy próspera, Z decide cerrar X. Con ello elimina la competencia y se queda con buena parte del mercado. ¿Para qué necesita dos marcas? Es más barato tener solo una. Cierra la fábrica X, y manda al paro a 400 trabajadores. Toda la operación, que ha durado casi cinco años, estaba meditada y diseñada desde el principio. Su ejecución ha sido impecable. Esta conducta no es punible, la ley no considera que tales hechos sean constitutivos de un delito. Es una incongruencia, pues la ley penal tiene una máxima elemental: cuando se causa un daño intencionado, debe resarcirse al perjudicado y castigarse al que causa el daño. Todas las conductas consideradas delictivas por la ley penal, tienen como origen un daño causado a un inocente. Si no hay daño y lesionado, no hay delito. En este caso, se ha causado un daño a cuatrocientas personas, pero ninguna ley considera punible esa conducta causada por una corporación. Es inmoral, pero no infringe ley alguna. A los hombres no se nos juzga con los mismos parámetros. Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar una conducta humana que provoque un daño a otro hombre y que no esté considerada un delito o una falta. Una vez más, la ley es más favorable a las corporaciones que no a los hombres.
Los bancos son codiciosos, las corporaciones son codiciosas. Es su naturaleza, se crearon para un objetivo, para ganar dinero. Son como feroces perros de presa, como escorpiones. Existe una conocida fábula, sobre una rana y un escorpión:
El escorpión le pide a la rana que le ayude a cruzar el río. La rana tiene miedo del escorpión pero éste le asegura que no la matará, ya que de hacerlo, se ahogará en el río. La rana confía en él. Pero a medio camino, el escorpión pica fatalmente a la rana. Antes de que ambos mueran, la rana le pregunta ¿"Por qué lo has hecho? ¡Ahora moriremos ambos!" Y el escorpión responde "Lo siento, es mi naturaleza".
No se puede reprochar a un escorpión que se porte como un escorpión. No se puede reprochar a un perro de presa que se porte como tal. No se puede reprochar a un banco que sea codicioso, inmoral, desalmado. Es su naturaleza. Su único objetivo es ganar dinero. Tiene a decenas, cientos de ejecutivos rompiéndose la cabeza para encontrar formas de ganar más dinero sin romper la ley. Ese es su trabajo. La moral no existe en esos despachos. Esos ejecutivos no es que sean desalmados, solo es su trabajo. Hacen sus horas, y se van a casa. Hablan de cifras, juegan con números. Solo es su trabajo. Lo mismo puede decirse de las grandes corporaciones. Si pueden ahorrar dinero, lo hacen, si pueden ser más competitivas, van a por ello. Si pueden obtener más beneficios, lo intentan. Son un ente amoral, carente de emociones, que llega hasta donde le deja la ley.
No se puede reprochar al escorpión que sea un escorpión. Esa frase vale también para los individuos, aunque somos una especie mucho más compleja y contradictoria, y se hace muy difícil generalizar. De todos modos, desde una panorámica general, puede decirse que las clases medias de los países occidentales no tienen generalmente conductas suicidas, ni siquiera temerarias. Porque hay quien señala a los desgraciados que se hipotecaron, que vivieron lujosamente antes de la crisis, de hinchar con su consumo desmesurado la gran burbuja que al estallar, ha generado el gran vórtice devorador. Quienes culpan al ciudadano, se olvidan de que cuando consumió y se hipotecó, ese ciudadano jugaba con unas reglas que creía estables, contaba con unos riesgos que tenía la convicción de que podía asumir. Pero un día, por la mañana, se levantó y se dio cuenta de que en realidad había estado jugando a la ruleta rusa sin saberlo, se dio cuenta de que sus apuestas corrían unos riesgos tan elevados que le iban a llevar a la ruina sin remedio. Las reglas habían cambiado de un día para otro. El ciudadano estaba atrapado. Había jugado con fuego sin saberlo, había estado paseando por encima de un alambre sin que nadie le advirtiera de que a unos milímetros estaba el vacío. Al final se ha caído, se ha quemado. Nos acostamos hipotecados, efectivamente. Pero cuando nos levantamos, nuestro negocio, hasta entonces próspero y capaz de asumir una hipoteca, ya no tenía clientes, nuestra esposa se quedaba en el paro, y al poco se quedaba tu hermano, tu tío, y al final también tú. Nadie te dijo que corrías esos riesgos. Nadie te dijo que la economía del mundo entero se iba a desplomar. Nos manipularon, nos tomaron el pelo. Supongo que eso forma parte también de la naturaleza de la clase media. Pero cuidado, que esa gran masa de ciudadanos, cada vez más empobrecidos, puede mutar hasta perder la paciencia y el miedo.
Todos los agentes de esta tragedia, han hecho lo que se esperaba de ellos, han obedecido a su naturaleza. Todos excepto uno.
Solo un personaje de este drama ha traicionado su naturaleza. El estado. Los gobiernos. A diferencia de las corporaciones y los bancos, su objetivo no es el dinero. Su objetivo son los ciudadanos. Y ahí es donde está la tradición. El estado de derecho, en los últimos tiempos ha hecho un giro cada vez menos disimulado, para proteger al dinero antes que al ciudadano. Los cambios legislativos ultraliberales, abriendo cada vez más puertas a bancos y corporaciones, han ido minando las bases del estado de derecho. Dejando al capricho del mercado cada vez más ámbitos de la vida, se ha ido empobreciendo el estado de derecho, para enriquecer a los grandes entes. Las leyes les han favorecido, en detrimento del ciudadano. Éste, emborrachado por el consumo y la bonanza económica, no lo sabía, pero los gobiernos sí.
No se trata solo de leyes económicas ultraliberales. Son muchas otras cosas, leyes de ámbitos no directamente económicos, leyes pequeñas, aparentemente con poca trascendencia social. Los ciudadanos no se dan cuenta de estos cambios, no generan rechazo social, porque se desconocen. No se alcanza a ver su trascendencia.
Son muy significativos algunas ejemplos en el ámbito de la justicia. Hace unos años, el gobierno español decidió liberalizar las profesiones de abogados y procuradores. Antes, tanto unos como otros, solo podían actuar en aquellas partidas judiciales en las que estuvieran colegiados. La ley cambió eso: ahora un abogado puede litigar donde quiera, y un procurador puede representar a su cliente ante cualquier juzgado de España. Esa ley no levantó polvareda alguna. Sus consecuencias, sin embargo, empiezan a notarse en el seno de los colectivos de abogados y procuradores. Cada ciudad tiene sus profesionales, sus abogados y procuradores. El trabajo esta repartido equitativamente por todo el país. Son profesionales liberales, independientes, propietarios de sus propios despachos, responsables de su trabajo, ciudadanos libres, con educación, activos socialmente, con sentido crítico. Ese perfil de ciudadano, junto con otros colectivos de ciudadanos similares, es el que en realidad garantiza la existencia del estado de derecho, de nuestros derechos ante el estado, para que éste no se olvide que trabaja para nosotros y que debe rendirnos cuentas. Con la nueva legislación, se ponen todas las facilidades para que se creen grandes despachos de abogados y de procuradores que trabajen para toda una provincia, para toda una Comunidad Autónoma, quizás muy pronto para todo el país. Las empresas, las aseguradoras, los bancos (los mayores clientes de los abogados y procuradores), lo saben, y, si antes tenían a un procurador en cada partida judicial, ahora quieren tener un solo procurador para toda la provincia, para toda la Comunidad Autónoma. Se ahorrarán dinero y logística. Y lo que es peor, ahora regatean para conseguir mejores precios a cambio de trabajo. La competitividad surgida en estos colegios profesionales, está resquebrajando en muchos casos la buena armonía de estos colectivos, y trabajadores dignos, se rebajan ahora para conseguir dar un mordisco a la zanahoria. El que no corre, vuela. El que no se come a los otros, acaba devorado. Las perspectivas apuntan hacia eso.
La pregunta es... ¿por qué? ¿Qué necesidad había, en tiempo de crisis de generar esta situación que puede poner en peligro el trabajo de miles de profesionales liberales? Quienes eran independientes, pasarán a ser, en su gran mayoría asalariados. Los jóvenes que salgan de la universidad, en unos pocos años, solo podrán aspirar a ser contratados por alguno de esos despachos que controlarán la mayor parte del pastel.
Las profesiones liberales, lanzadas sin remedio, como casi todos los ámbitos de la vida, a las normas salvajes del mercado. Las tarifas, las minutas, si antes se pactaban en el seno de los colegios profesionales, ahora pueden convertirse en moneda de cambio para conseguir más clientes. Los bufetes se convertirán en empresas. Es la libre competencia. Es especialmente grave, porque un profesional de la ley no tiene porque ser un profesional de la economía. Un abogado no se preparó para ser empresario. Un procurador no estudió cinco años para tener una empresa. ¿Quién ha sido el salvaje que ha decidido que para sobrevivir en este ámbito hay que hacer un master en dirección de empresas? ¿Quién ha decidido que la empresa, el escorpión, el dinero, tiene que regir todos los ámbitos de las sociedades occidentales? La máxima del capitalismo, es, en esencia, que tú tienes aquello que te ganas. Los demás que se jodan. Si eres rico, es porque te lo mereces. El mercado te da la oportunidad. Pero no todo el mundo es apto para esa competitividad. No todos somos iguales, no todos tenemos las mismas aptitudes. ¿No es la diversidad uno de nuestros mayores riquezas como especie? ¿Qué han de hacer los poetas en este mundo tan salvaje? ¿Qué han de hacer los procuradores de las pequeñas partidas judiciales? Una sociedad sana tiene que hacer converger esa diversidad humana, debe protegerla y armonizarla. No se trata de subvencionarla, simplemente de dejar que esos hombres hagan su trabajo, y darle valor. No es más que eso, dejarles hacer su trabajo. La sociedad que nuestros gobiernos están fabricando para el futuro no quiere dejar a muchos ciudadanos hacer su trabajo, aquello para lo que se prepararon.
Recientemente, el nuevo ministro de justicia ha anunciado que se aplicará el co-pago a la justicia. Las bases del estado de derecho sufren un nuevo golpe. Ya es definitivo: tenemos un estado de derecho con grandes titulares. La constitución establece que todos tenemos derecho a una vivienda. Que tenemos derecho a la sanidad. Que todos tenemos derecho a acceder a la justicia. Son derechos constitucionales, y, cada vez más, son titulares de nuestro estado de derecho. Luego está la letra pequeña, la que dice que tienes derecho a la justicia, solo si puedes pagártela. Letra pequeña, como en los bancos. Pero los bancos son bancos, los escorpiones son escorpiones, y el estado de derecho... ¿qué es?
Todo ha evolucionado en nuestras sociedades, excepto una cosa: la democracia. Sigue igual que estaba hace 200 años. Votamos y nos vamos a casa para que nuestros representantes hagan lo que crean conveniente. Eso ya no basta. Va siendo hora de que alguien actualice esa vieja palabreja.
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